El candidato del PRI ha hecho de la eficacia su bandera. Prometió y
cumplió. Eso nos dice constantemente: es un tipo confiable y tiene el
testimonio de los notarios para convencer a los escépticos. En campaña
enlistó sus promesas y hoy presume que las cumplió puntualmente como
gobernador. Los panistas lo llaman mentiroso. Han tomado precisamente la
lista de los orgullos como prueba de un engaño. Los compromisos de los
que hacen alarde los priistas son, en realidad, un catálogo de
falsedades. Hace unos días los adversarios se enfrascaron en un debate
sobre los compromisos de Peña Nieto. En un absurdo duelo al que
bautizaron como “la mesa de la verdad” se enfrentaron sin aportar prueba
alguna a su alegato. Ratificación de subjetividades en donde el
periodismo actuó como el morboso testigo de un ridículo. Fulano dijo,
mengano contestó.
El episodio es un enfrentamiento natural: un partido presume éxitos, el otro los llama fracasos. Lo notable en la polémica es el sitio donde se instala el periodismo. Los reporteros acuden puntualmente a la cita del duelo y registran con detalle los dichos y las réplicas. Los noticieros de radio y televisión dan aviso del encuentro y reseñan el altercado. Los opinadores se entretienen con la exhibición. Cada cual encuentra motivo para ratificar sus prejuicios. Pero la pregunta capital sigue en el aire: ¿cumplió Peña Nieto con sus compromisos? ¿Es un político cumplidor o un mentiroso? Por supuesto, hay tantas razones para dudar de la propaganda de un lado como para dudar de la propaganda del otro. Unos presentan el compromiso con colores brillantes y tonadas de optimismo; los otros proyectan imágenes borrosas y música tétrica. La versión del PRI será tan parcial como la versión del PAN. Ambos tienen un interés en presentar la realidad de acuerdo a su conveniencia. Por eso sería indispensable contar con una verificación profesional de los dichos. No es una tarea descomunal. Sería un trabajo elemental, indispensable, obvio. Si el candidato puntero presume haber cumplido 608 compromisos, correspondería al periodismo verificar si, en efecto, los cumplió. No he leído ese reportaje, no lo he visto en ningún lado. ¿Sería muy difícil ubicar cada uno de los compromisos y registrar el estado en el que se encuentran?
Lo que veo todos los días son noticias sobre lo que los candidatos dicen: periodismo de declaraciones. En julio del 2000, el entonces corresponsal del Economist, Gideon Lichfield publicó en Letras libres un artículo donde sostenía que la profesión del periodismo en México consistía en la búsqueda de sinónimos de la palabra dijo. “Abundó. Aceptó. Aclaró. Acusó. Adujo. Advirtió. Afirmó. Agregó. Añadió. Anotó. Apuntó. Argumentó. Aseguró. Aseveró. Comentó. Concluyó. Consideró. Declaró. Destacó. Detalló. Enfatizó. Explicó. Expresó. Expuso. Externó. Informó. Indicó. Insistió. Lamentó. Manifestó. Mencionó. Observó. Planteó. Precisó. Profundizó. Pronosticó. Pronunció. Prosiguió. Puntualizó. Recalcó. Reconoció. Recordó. Redondeó. Reiteró. Señaló. Sostuvo. Subrayó.” El periodista proponía entonces una palabra para describir los vocablos que enmarcan el oficio periodístico en México: dijónimos.
El episodio es un enfrentamiento natural: un partido presume éxitos, el otro los llama fracasos. Lo notable en la polémica es el sitio donde se instala el periodismo. Los reporteros acuden puntualmente a la cita del duelo y registran con detalle los dichos y las réplicas. Los noticieros de radio y televisión dan aviso del encuentro y reseñan el altercado. Los opinadores se entretienen con la exhibición. Cada cual encuentra motivo para ratificar sus prejuicios. Pero la pregunta capital sigue en el aire: ¿cumplió Peña Nieto con sus compromisos? ¿Es un político cumplidor o un mentiroso? Por supuesto, hay tantas razones para dudar de la propaganda de un lado como para dudar de la propaganda del otro. Unos presentan el compromiso con colores brillantes y tonadas de optimismo; los otros proyectan imágenes borrosas y música tétrica. La versión del PRI será tan parcial como la versión del PAN. Ambos tienen un interés en presentar la realidad de acuerdo a su conveniencia. Por eso sería indispensable contar con una verificación profesional de los dichos. No es una tarea descomunal. Sería un trabajo elemental, indispensable, obvio. Si el candidato puntero presume haber cumplido 608 compromisos, correspondería al periodismo verificar si, en efecto, los cumplió. No he leído ese reportaje, no lo he visto en ningún lado. ¿Sería muy difícil ubicar cada uno de los compromisos y registrar el estado en el que se encuentran?
Lo que veo todos los días son noticias sobre lo que los candidatos dicen: periodismo de declaraciones. En julio del 2000, el entonces corresponsal del Economist, Gideon Lichfield publicó en Letras libres un artículo donde sostenía que la profesión del periodismo en México consistía en la búsqueda de sinónimos de la palabra dijo. “Abundó. Aceptó. Aclaró. Acusó. Adujo. Advirtió. Afirmó. Agregó. Añadió. Anotó. Apuntó. Argumentó. Aseguró. Aseveró. Comentó. Concluyó. Consideró. Declaró. Destacó. Detalló. Enfatizó. Explicó. Expresó. Expuso. Externó. Informó. Indicó. Insistió. Lamentó. Manifestó. Mencionó. Observó. Planteó. Precisó. Profundizó. Pronosticó. Pronunció. Prosiguió. Puntualizó. Recalcó. Reconoció. Recordó. Redondeó. Reiteró. Señaló. Sostuvo. Subrayó.” El periodista proponía entonces una palabra para describir los vocablos que enmarcan el oficio periodístico en México: dijónimos.
El periodismo como dijonomía: registro de lo que los políticos dicen,
olvido de lo que los políticos hacen. Cobertura de lo insustancial,
periodismo de trivialidades dedicado a ignorar lo relevante. Hoy la
prensa, por supuesto, suele condimentar la colección de declaraciones
con la burla. Un largo discurso merecerá mención si el candidato
confunde un nombre con otro, si pronuncia mal una palabra, si tropieza
con las sílabas. Una entrevista alcanzará los titulares en el momento en
que se deslice una agresión. Dijonomía del traspié.
La prensa mexicana habrá ganado espacios frente al poder en el ámbito
nacional. Pero no ha podido asentarse como una referencia profesional y
relativamente autónoma en el debate mexicano. En esta campaña hay un
ausente: el periodismo. Por eso estamos condenados a votar a oscuras.
Bombardeo de propaganda que no encuentra el piso de la (relativa)
objetividad del periodismo profesional. A través de la prensa podemos
enterarnos de lo que los candidatos declaran pero apenas podremos
conocer lo qué han hecho. La calidad de la democracia no depende
solamente de los políticos, de los partidos, de las instituciones.
Depende también de la información y de la crítica del periodismo. Una
democracia se alimenta, es cierto, del enfrentamiento de las
parcialidades; se vacuna con el profesionalismo de una prensa crítica y
curiosa que no se colma con palabras.
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