Me temo que el discurso de la identidad es también incongruente con otros trabajos de Jorge Castañeda. Me refiero a textos más que meritorios como los que ha firmado con Héctor Aguilar Camín (Un futuro para Mérxico) o Manuel Rodríguez Woog (¿Y México por qué no?) en donde analiza los grandes nudos del desarrollo económico y político de México. Atendiendo su diagnóstico y su propuesta podrá verse que el lente de la identidad nada esclarece. Lo que importa es la red de premios y castigos; lo que cuenta es quién gana y quién pierde. Que no nos digan que el monopolio de Telmex refleja el alma mexicana. En el fondo, los argumentos de identidad, aunque se vistan de críticos, terminan siendo himnos: justificaciones, coartadas. Si padecemos los monopolios no es porque, desde de la colonia seamos enemigos de la competencia: existen los monopolios porque hay una red de beneficiarios de esa estructura, porque hay ganadores y esos ganadores tienen y controlan el poder. Que esos intereses se vistan con la fábula de nuestra identidad es parte de su éxito. Desprendernos de esas justificaciones es el primer paso para salir de ahí.
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jueves, 13 de octubre de 2011
Ayer o antier
Desde hace un par de meses circula en librerías un libro importante.
Es un intento de descifrar el “misterio” de los mexicanos. Ése es
precisamente el subtítulo del nuevo libro de Jorge G. Castañeda: Mañana o pasado
(Editorial Aguilar). Castañeda no intenta examinar tal o cual parcela
de la vida mexicana, sino descubrir qué tipo de bicho es ese sujeto: “el
mexicano.” Supone, pues, que existe tal personaje y que su naturaleza
puede ser descubierta. El asunto no es trivial: todo cuelga de nuestra
identidad. Nuestro problema es quienes somos, eso que llamamos el
“carácter de nuestra cultura.” El autor advierte que el trabajo está
pensado originalmente para un público norteamericano. Fue escrito
originalmente en inglés para mostrarle a los estadounidenses quién es su
vecino. Lo notable para un lector de Castañeda es la resurrección que
ha hecho de la vieja, empolvada, mohosa literatura de lo mexicano que
hace décadas capturó nuestra imaginación. El laberinto de la soledad,
la pieza de Octavio Paz que peor ha envejecido, es el núcleo de sus
apuntes sobre el México contemporáneo. También se asoman Jorge Portilla y
su ensayo sobre el relajo; Samuel Ramos y su desafortunado psicoanálisis.
La literatura de lo mexicano es un capítulo rico en la historia de
nuestras ideas. Un capítulo con algunos hallazgos estéticos y disparates
descomunales. Supongo que aquella búsqueda era una estación ineludible
de nuestra cultura tras la conmoción revolucionaria, pero no alcanzo a
entender su aporte a la sociología contemporánea. Como explicación
ofrece poco, como guía para la acción política, nada. El argumento de
los identitarios, con el que tropieza Castañeda, es que nuestra
identidad, eso que él llama “carácter nacional”, es el factor que
produce todas nuestras miserias. Nuestros desórdenes urbanos, nuestra
política disfuncional, los monopolios, la corrupción se explican por lo
que los mexicano somos. La historia o, más bien, sus mitos nos poseen.
Si las leyes consagran el desbarajuste es porque ellas reflejan lo que
somos. Si el PRI regresa es porque el PRI es México.
,
el libro de Castañeda, es un ensayo de ayer o de antier. Recupera un
enfoque del que afortunadamente nos habíamos desprendido: la idea de que
nuestra alma irrepetible explica nuestras desventuras. Los identitarios
del orgullo piden abandonar esas instituciones ajenas que habíamos
copiado. Castañeda, por su parte, aconseja: “desmexicanícense.” Si
México quiere ser moderno debe ser un poco menos mexicano, sería la
cápsula de su mensaje. El argumento de Castañeda no es solamente
conservador—una especie de espejo de aquel ensayo
de Huntington sobre el peligro de esos mexicanos culturalmente
incompatibles con Estados Unidos. Se trata también de un argumento
inconsistente porque el propio Castañeda advierte de la transformación
de las prácticas de los mexicanos que viven bajo otras reglas, con un
horizonte de castigos y premios diferente. ¿Se transforma súbitamente el
carácter nacional al cruzar la frontera? Si una línea provoca que los
mexicanos se comporten distinto será que el “carácter nacional” explica
poco. Estoy de acuerdo con lo que decía Tony Judt:
“identidad” es una palabra peligrosa que no tiene uso respetable en
nuestro tiempo. Sociológicamente, es un discurso banal. Somos quienes
somos, tenemos lo que tenemos porque somos quienes somos; hacemos lo que
hacemos porque somos quienes somos; vivimos como vivimos porque somos
quienes somos. La sociología de la identidad no ofrece más que un
circuito de confirmaciones, una repetición de lugares comunes, una trama
de prejuicios. Puede encontrar ahí felicidad literaria o eficacia
política pero, como explicación, ha sido y sigue siendo un fracaso.
Me temo que el discurso de la identidad es también incongruente con otros trabajos de Jorge Castañeda. Me refiero a textos más que meritorios como los que ha firmado con Héctor Aguilar Camín (Un futuro para Mérxico) o Manuel Rodríguez Woog (¿Y México por qué no?) en donde analiza los grandes nudos del desarrollo económico y político de México. Atendiendo su diagnóstico y su propuesta podrá verse que el lente de la identidad nada esclarece. Lo que importa es la red de premios y castigos; lo que cuenta es quién gana y quién pierde. Que no nos digan que el monopolio de Telmex refleja el alma mexicana. En el fondo, los argumentos de identidad, aunque se vistan de críticos, terminan siendo himnos: justificaciones, coartadas. Si padecemos los monopolios no es porque, desde de la colonia seamos enemigos de la competencia: existen los monopolios porque hay una red de beneficiarios de esa estructura, porque hay ganadores y esos ganadores tienen y controlan el poder. Que esos intereses se vistan con la fábula de nuestra identidad es parte de su éxito. Desprendernos de esas justificaciones es el primer paso para salir de ahí.
Me temo que el discurso de la identidad es también incongruente con otros trabajos de Jorge Castañeda. Me refiero a textos más que meritorios como los que ha firmado con Héctor Aguilar Camín (Un futuro para Mérxico) o Manuel Rodríguez Woog (¿Y México por qué no?) en donde analiza los grandes nudos del desarrollo económico y político de México. Atendiendo su diagnóstico y su propuesta podrá verse que el lente de la identidad nada esclarece. Lo que importa es la red de premios y castigos; lo que cuenta es quién gana y quién pierde. Que no nos digan que el monopolio de Telmex refleja el alma mexicana. En el fondo, los argumentos de identidad, aunque se vistan de críticos, terminan siendo himnos: justificaciones, coartadas. Si padecemos los monopolios no es porque, desde de la colonia seamos enemigos de la competencia: existen los monopolios porque hay una red de beneficiarios de esa estructura, porque hay ganadores y esos ganadores tienen y controlan el poder. Que esos intereses se vistan con la fábula de nuestra identidad es parte de su éxito. Desprendernos de esas justificaciones es el primer paso para salir de ahí.
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