Uno, dos, tres y no más. En un país con altos estándares de pobreza, cualquiera esperaría una estrategia clara para garantizar la seguridad peatonal y en la utilización del transporte público. Pero lo esperable no es lo real. Johannesburgo es poco más que un infierno para quienes no tienen la oportunidad de contar con un automóvil. Si deseas cruzar una calle, salvo que te encuentres en el centro, por donde se ubica el Ellis park, debes sortear carros a una velocidad promedio de cien kilómetros por hora. Si logras evitar este contratiempo, te encuentras con que, en muchos casos, ni siquiera hay banquetas para andar a pie, reduciéndose tus posiblidades al tan coloquial “oríllese a la orilla”, misma que por lo general se limita a unos sesenta centímetros.
Johannesburgo es extremo. O te encuentras con un tráfico envidiable hasta para Constituyentes o gozas de una irresponsable libertad para exceder los límites de velocidad sin pudor alguno. Salvo en el centro y/o en las horas pico, se puede apretar el acelerador a fondo, al más puro estilo de Crazy Taxi, aquel videojuego en el que no importa cómo manejes, sino la velocidad con que vayas dejando a los clientes en su destino.
En Sudáfrica, por increíble que parezca, está prohibido ser peatón… no sólo por la inseguridad, también porque atreverse a caminar puede ser toda una experiencia de vida… o muerte.
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