
CLETA nació en 1973. En aquellos tiempos solo algunos grupos marginales mantenían la tradición de hacer calaveras en el día de muertos. Uno de ellos era el Taller de la Gráfica Popular y a principio de los setenta el grupo Mascarones (luego co-fundador del CLETA), representaba la obra “Las Calaveras de Posada del dramaturgo mexicano Guillermo Contreras (texto erróneamente atribuido a Mariano Leyva).
El Taller de la Gráfica Popular hacía unas calaveras “tibias” en la línea del Partido Popular Socialista (PPS) de criticar al imperialismo pero no tocando al presidente priísta en turno.
En CLETA, Enrique Cisneros, en esos tiempos estudiante de periodismo fue influido por estas publicaciones e investigó la obra de José Guadalupe Posada (grabador) y de Crescencio Suárez, poeta, que a finales del siglo XIX juntaron sus talentos para hacer esos versos ilustrados que llamaron calaveras.
Así, a finales de la década de los setenta editó una hojitas tamaño doble carta a semejanza de la que imprimían sus creadores en el taller de grabado de Vanegas Arrollo. Se repartían el 2 de noviembre en las entradas de los panteones y el éxito fue rotundo, al grado de que los policías y diversas autoridades perseguían a los que con el grito que popularizó el Llanero Solitito de ¡Ayyyyy calaacaaas! distribuían el material.
Después las calaveras se incorporaron al naciente periódico El Chido que en noviembre editaba un número especial con esos versos e ilustraciones. Así se fue recuperando paulatinamente la tradición de las calaveras.
Sin embargo, cuando los neoliberales se dieron cuenta de que la tradición del día de muertos mexicana se podía comercializar, le fueron cambiando el carácter crítico y pícaro a las calaveras convirtiéndolas en meras versificaciones que a veces hasta alaban a algunos funcionarios.
Las calaveras, las de verdad, no pueden ser para alabar a los burgueses, Deben de ser figuras poéticas en que se va encuerando a los funcionarios corruptos, a los patrones explotadores, a los financieros especuladores y demás ralea, hasta dejarlos en los huesos, para que el pueblo vea toda su miseria humana.
Deben de ser pícaras utilizando de manera certera el lenguaje popular. De no ser así pueden ser poemas o versificaciones sobre la muerte, pero no son calaveras.
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