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miércoles, 10 de julio de 2013

Golpismo prestigioso

Fareed Zakaria tomaba nota de los regímenes que parecían democracias pero eran sólo cáscara de democracia. Las llamó democracias iliberales. Gobiernos surgidos del voto pero libres para actuar a su antojo. El internacionalista veía que, en diversas áreas del mundo, se levantaba una estructura de dominación autoritaria cobijada por una manta democrática. Eran regímenes que parecían sorprendentemente exitosos para legitimarse electoralmente al tiempo que ejercían el poder sin restricciones formales serias. Autocracias electivas, también se les ha llamado. Al hablar de estas democracias vacías, Zakaria no descubría nada nuevo. La tensión entre poder mayoritario y derechos de las minorías es tan antigua como la primera elección. No es novedad tampoco que los instrumentos tradicionales de la democracia, como el voto, sean empleados para trastocar sus principios fundamentales. Pero aquel influyente texto de Zakaria contribuía a escapar de cierta ingenuidad que imaginaba las transiciones democráticas en el mundo como superación definitiva de las propensiones autocráticas. Que se extienda la práctica electoral no significa que se respeten los derechos, que se eviten los abusos, que se detenga la corrupción.
Zakaria enfatizaba la naturaleza compleja de la democracia constitucional. La democracia liberal es el acoplamiento de dos principios o, tal vez, de dos disposiciones políticas. La apuesta por la legitimidad popular y la desconfianza en el poder. En la democraciac liberal hay por ello una fe y un recelo. Por una parte busca afirmar la decisión popular. Por la otra, cuida los derechos individuales. Quiere el poder para la mayoría pero le impone al mismo tiempo, límites infranqueables. Al llamar la atención sobre el déficit liberal de muchas democracias contemporáneas en aquel texto de 1997, Zakaria no convocaba a una benevolente autocracia liberal. Por el contrario, invitaba a recuperar la tradición constitucional del liberalismo que habría de cuidar a las democracias de sus posibles secuestradores. Esa era una pista razonable para curtir los gobiernos electivos con protecciones eficaces. Pero lo que se empieza a escuchar en distintos círculos intelectuales, periodísticos y políticos representa una lamentable retroceso. Se han vuelto a hacer escuchar las voces de quienes creen en la necesidad de afirmar—así sea por vía autoritaria—los dispositivos del liberalismo occidental para que después pueda implantarse una democracia segura. La manera en que se ha recibido el golpe de estado egipcio es buena muestra de esta deplorable regresión.
El gobierno democráticamente electo de Egipto fue depuesto por el ejército. El presidente que pudo haber sido castigado en las urnas fue removido por las fuerzas armadas. Ruptura violenta del orden constitucional. En efecto, el diario financiero sigue considerando la vía pinochetista como ejemplar: Los egipcios, escriben, “serían afortunados si sus nuevos gobernantes militares terminaran pareciéndose a Augusto Pinochet de Chile, quien asumió el poder entre el caos pero contrató reformistas de mercado y condujo una transición a la democracia.”

Despreciar la importancia procedimental de la democracia es un retroceso intelectual gravísimo. Tendrá seguramente consecuencias siniestras. Si hace un año los islamistas confiaron en el dispositivo electoral, ¿por qué habrían de creer hoy en él? ¿Cómo pueden asentarse las instituciones demoliberales si se concede a la fuerza el poder de aplastarlas? El peligro contemporáneo no es solamente el de los populismos antiliberales. También lo es el de los liberalismos antidemocráticos.

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