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jueves, 29 de septiembre de 2011

Democracias en crisis

Encerrado en una cárcel, Antonio Gramsci escribió uno de los textos políticos más fascinantes del siglo XX. Se vio forzado a escribir en código para que los carceleros no destruyeran sus libretas. Sustituyó las palabras peligrosas por vocablos inofensivos y envolvió el nombre de los malditos en estuches aceptables para sus captores. En las notas de sus cuadernos buscaba el camino para el socialismo pero veía en Maquiavelo, más que en Marx, la clave de la acción política. Si la igualdad era el propósito, El capital no ayudaba mucho a caminar hacia allá. En el florentino encontraba el aire para escapar del economicismo, esa simplificación de los malos lectores que reducían la historia al juego de las fuerzas económicas. Gramsci supo que, para cambiar la sociedad, era indispensable comprender los hilos que unen poder, cultura y economía.
Pienso en Gramsci ahora porque en sus reflexiones estratégicas y en sus divagaciones teóricas dio forma a un concepto que puede ayudarnos a entender la dimensión de nuestra crisis, un concepto que precisamente describe ese nudo crucial de las democracias contemporáneas: el lazo que conecta mando, ideas e intereses. El fundador del Partido Comunista Italiano habló muchas veces de la ‘hegemonía’ para describir un modo de dominación política que no se funda exclusivamente en la violencia. Si los leninistas pensaban que el Estado era simplemente un instrumento de la represión, una organización de la violencia para cuidar el imperio de los intereses económicos, Gramsci sabía que las cosas eran mucho más complicadas. Sí, el Estado estaba en el ejército, en los policías, en el Código Penal y en las cárceles. Pero detrás de ese núcleo compacto de fuerza había una compleja estructura de legitimación. Profesores, periódicos, novelas, canciones. El Estado era violencia—pero también cultura; era castigo—pero también consenso. Hegemonía era el nombre de esa amalgama. Las leyes se acreditaban con cuentos; los maestros alababan las conquistas, los mitos prestaban autoridad al poder.
Pero la hegemonía de la que hablaba Gramsci no eran campanitas en la cárcel, adornos en el hacha del verdugo. Si una política podía perdurar no era por el peso de la fantasía sino por la eficacia del mecanismo de repartición.
Para la constitución de la hegemonía era indispensable un dispositivo económico que distribuyera, de algún modo, los beneficios colectivos. La política sirve como articulación, una zona donde se enlazan piezas que se mueven con cierta independencia: decisiones, intereses, creaciones. La democracia liberal ha funcionado como ese codo: un centro de acción política revestido de prestigio que puede distribuir con cierta eficiencia cargas y beneficios. ¿No está en crisis esa bisagra en el mundo?
Gramsci no era un liberal, no defendía en sus notas al régimen pluralista. Tampoco era un reformista. Quería la revolución y escribía para prepararla. Pero entendía mejor que muchos las complejas ligazones del régimen democrático. La ficción representativa necesitaba puentes de realidad: lazos para conectar de algún modo aspiraciones sociales y decisiones políticas. La economía no podía ser una fábrica de exclusión. Las diferencias de clase encontraban tregua en el sueño de un nosotros, en la vivencia de comunidad. Gramsci, entendió el puente entre el poder, la imaginación y la necesidad.
Lo que vemos en todas las esquinas del mundo democrático parece mucho más profundo que la crisis coincidente de un grupo de gobiernos con problemas económicos. Dificultades que la siguiente elección resolverá felizmente. Siempre se ha hablado de la democracia como un régimen en crisis. La democracia, en efecto, va de crisis en crisis pero hoy parece que enfrenta desafíos más graves, más enredados. Echemos un vistazo al periódico de estos días. Veamos los tapones de Washington, las movilizaciones de Madrid, los escándalos en Roma, las torpezas de Bruselas. ¿Será que el puente de las mediaciones se ha resquebrajado como nunca? El aparato de decisión se ha atrancado. La representación política aparece como un edificio amurallado. La clase política es vista como una corporación tan distante como impotente. Los partidos se conducen con la insensibilidad de toda burocracia. El radicalismo no convence, pero logra imponerse. Política cansada, ineficaz, dependiente. Mientras la economía dice: aquí no cabes, la política agrega: aquí no te oímos. La democracia liberal tiene el inmenso reto de retornar a lo básico: recobrar el prestigio de su representatividad; trazar, desde la diversidad, las rutas del interés común; constituir de nuevo el poder de lo público.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Supuesto twitterrorismo



En algunas ciudades, la gente suele ser testigo de balaceras, granadazos y otros hechos violentos, sin embargo cuando tratan de averiguar lo que pasó, en las noticias locales no encuentran información al respecto. Algunos periódicos han anunciado explícitamente una política de autocensura a las notas relacionadas con la narco guerra.
El resultado de esto es que para muchos mexicanos los medios de comunicación locales ya no son una fuente confiable de información.

Los “hashtags” salvan vidas
Saber cuándo y dónde están sucediendo las balaceras y granadazos en una ciudad afectada por la narcoguerra no sólo satisface la necesidad de los ciudadanos por saber qué sucede en su localidad, sino que también les permite mantenerse fuera de esas “situaciones de riesgo”, como son eufemísticamente llamadas. Muchos de esos sucesos violentos llegan a durar varios minutos o incluso horas, por lo que tener conocimiento detallado de ellos puede ayudar a salvar vidas.
Debido a que los medios de comunicación masiva ya no cumplen con su función de informar, ya sea por negligencia o por amenazas, los ciudadanos los han reemplazado poco a poco por las redes sociales. Twitter en particular se ha convertido en una de las principales fuentes de información ciudadana gracias a su modelo unidireccional de seguidores -conocidos  como “followers”, y sus etiquetas de temáticas, llamados “hashtags”.
En resumen, los hashtags se han convertido en verdaderos recursos comunitarios de información, mantenidos gracias a la participación ciudadana completamente descentralizada y que demuestra cierto grado de altruismo y prosocialidad.
Gracias a que los medios se ven sobre pasados en distintas coberturas de la nacion las personas han recurrido a documentarse en rumores y realidades de la cotidianidad de los cuales como el caso de Veracruz se ve un ejemplo de que tan creible es el gobierno ante estos ataques de temor e incertidumbre por la realidad.
Los twitterroristas

El pasado jueves a las 11:56, el tuitero @gilius_22 publicó un mensaje en el hashtag veracruzano #verfollow, confirmando que un grupo armado se había “llevado” o secuestrado cinco niños de una escuela:
El mensaje fue reenviado por doce personas, una de ellas fue @VerFollow, una cuenta con más de 5,000 seguidores creada principalmente para informar sobre la violencia en Veracruz. Inmediatamente después de estos tweets, el rumor comenzó a extenderse como pólvora. La gente esparció las noticias a través de Twitter, Facebook, correos electrónicos y mensajes de texto.
A las 12:00 pm, sólo cuatro minutos después, el gobernador del estado publicó un mensaje en Twitter negando los rumores. Sin embargo, para entonces o bien ya era demasiado tarde o la ciudadanía no consideró al gobernador una fuente información confiable (o probablemente una combinación de ambos). Muchos padres se apresuraron a recoger a sus hijos de la escuela, provocando tráfico, caos y pánico en la ciudad. Muchos padres no llevaron a sus hijos a la escuela al día siguiente y las empresas reportaron una pérdida de productividad del 70% debido al incidente.
A las 12:05 pm, el gobernador del estado manifestó su apoyo a la libertad de expresión, pero instó al público a asegurarse de la veracidad de la información antes de actuar. Tres horas más tarde, anunció que el gobierno perseguiría a quienes difundieron el rumor mencionando por primera vez los posibles cargos por “terrorismo”:
“Hemos identificado las fuentes de toda la desinformación de hoy, quiero informar q esto tendrá consecuencias legales Art. 311 (terrorismo)”

Los rumores de Veracruz sucedieron en un terreno fértil para la difusión de información errónea. Sin embargo, la persecución de los usuarios de Twitter plantea muchas preguntas. En efecto, independientemente de sus razones (que deben ser investigadas), sus acciones provocaron el pánico de la gente, ¿pero acaso es lo mismo que el terrorismo de los ataques del 11 de Septiembre en Nueva York o el incendio del Casino Royale?

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