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miércoles, 27 de abril de 2011

El geriátrico habla de reformas

Los tiranos están dispuestos al sacrificio tenaz. Ejercen el poder porque no hay opción, porque la patria implora su mando. Satisfacer su interés personal sería un egoísmo imperdonable. Por eso se niegan a sí mismos para mandar y están dispuestos a perseverar en su abnegación. En su colaboración más reciente en el periódico Granma que en México publica regularmente La jornada, Fidel Castro recuerda que nunca fue un ambicioso ordinario. No quería el poder, pero tenía la obligación moral de ejercerlo. Otros le exigieron cumplir con su misión histórica. “Fui casi obligado a ocupar el cargo de Primer Ministro en los meses iniciales de 1959.” Prácticamente medio siglo duró su sacrificio. Hoy no ocupa ya ningún cargo formal pero sigue siendo la bóveda que legitima la dictadura. Por ello tuvo a bien dar la bendición pública a las reformas emprendidas por su hermano y aparecerse en pants en la clausura del Congreso del Partido Comunista.
Tal parece que al órgano máximo del partido único en Cuba es una criatura que pasa largos periodos en hibernación. Duerme durante años para despertar de pronto unos días, deseosa de escuchar y aplaudir al guía de la revolución. Entre el V y el VI congreso pasaron nada más catorce años. El poder pasó de un hermano a otro sin que mediara intervención del partido “martiano y marxista-leninista, vanguardia organizada de la nación cubana que es la fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado, que organiza y orienta los esfuerzos comunes hacia los altos fines de la construcción del socialismo y el avance hacia la sociedad comunista.” El Congreso tuvo el prólogo debido: un desfile militar. Yoani Sánchez describía el lucimiento bélico en estos términos: “Me subo a la azotea para ver la coreografía de la guerra en toda su extensión. Mal van las cosas si el congreso del PCC comienza con esta procesión de bayonetas. Si realmente se quisiera dar una imagen de reformas, no serían estos uniformes de verde olivo los que se exhibirían en la jornada del sábado 16 de abril. ¡Cuánto desearíamos que ocurriera ese día una peregrinación de resultados, no de miedos!” Pero las dictaduras no pueden prescindir del mito de la guerra: su cohesión exige unidad frente a la amenaza de fuera. La única ciudadanía que tolera es la del miliciano; la lealtad cívica es disciplina.
La dictadura cubana retoma un sonsonete conocido: la simulación de la autocrítica.
Los Castro siguen pretendiendo encarnar la revolución y su única crítica legítima. En efecto, la retórica de la autocorrección nunca estuvo ausente en el discurso de Fidel Castro. Una y otra vez dijo defender al régimen corrigiendo constantemente el rumbo, modificando tal o cual decisión, experimentando incesantemente, enmendando sin soltar jamás el control de la enmienda y su crítica. Ser, simultáneamente, vanguardia y su cuestionamiento históricamente validado. “Cambiar todo lo que debe ser cambiado” es la fórmula del hermano mayor. Lo que ahora se anuncia se ha intentado antes: ensayar dispositivos de mercado en una economía centralmente planificada. Se podrán comprar cosas que antes estaban vedadas, habrá mayores extensiones de tierra que pueden darse en propiedad a los campesinos, habrá permisos adicionales a la actividad privada. Se intenta, nuevamente, insertar diminutas dosis de mercado en una economía burocrática. Otra vez se ofrece “actualizar el modelo socialista” que ha sido definido legalmente como irreversible. Vale recordar que la Constitución cubana proclama que el socialismo y el sistema político revolucionario son irrevocables. Lo más notable del VI Congreso del PCC fue, sin duda, su llamado al rejuvenecimiento. El geriátrico advirtiendo que los años cobran factura. Debemos empezar un proceso gradual de rejuvenecimiento de nuestros liderazgos, dijo Raúl Castro, quien fue confirmado en ese mismo acto como Primer Secretario del Buró Político del Partido. El hermano menor tiene apenas 79 años. Lo acompañan en ese órgano José Ramón Machado Ventura quien ya cumplió 80; Ramiro Valdés, 79, Julio Casas Regueiro, 75, Ricardo Alarcón, 74, Ramón Espinosa Martín 72, Abelardo Colomé Ibarra, 72, Leopoldo Cintra Frías, 70, Esteban Lazo Hernández, 67, Álvaro López Miera, 67 y los jovenazos Salvador Valdés Mesa con apenas 61 años y Miguel Díaz Canel, de 51. Nadie podrá decir que los rejuvenecedores son unos inexpertos. Tras más de medio siglo en el poder, la fraterna dictadura cubana ha descubierto que la eternización en los cargos públicos tiene algunas consecuencias negativas. Para evitarlas, Raúl Castro propone relevos forzosos: no más de dos periodos de cinco años en los cargos fundamentales del partido. La medida, sin embargo, no significa que al hemano menor le apure retirarse. Las reglas le permitirían soplar noventa velitas en su cargo. El sacrificio de los hermanos no ha terminado.

lunes, 11 de abril de 2011

La tentación de claudicar

Es imposible permanecer imperturbable frente a lo que ha dicho Javier Sicilia tras haber sufrido el dolor inimaginable. El escritor le da palabra al sufrimiento de miles en México que han llorado la muerte sin que nadie lo registre. Retratamos la muerte pero no el duelo. Fotografiamos la sangre del muerto pero no la lágrima del sobreviviente que sufre sabiendo que jamás encontrará alivio. La herida de hoy marcará a México durante décadas. Si México sobrevive, lo hará con un hueco enorme en el cuerpo. Si mañana dejara de fluir la sangre por nuestras calles, el país seguiría padeciendo los efectos de este lustro siniestro. Miles y miles de familias rotas, miles de viudas, miles de huérfanos. Miles de padres sin hijos. Desde el poder público se nos llama a una contemplación inhumana de la muerte: los cuerpos como trofeos de la política. Los católicos que nos gobiernan se promueven mostrando la muerte de los malos como testimonio de éxito. Mueren, luego avanzamos, nos dicen. El mismo presidente de la república ha festejado la defunción de seres humanos y no ha tardado un segundo para condenar fulminantemente a quienes han perdido la vida: pandilleros que encontraron en la muerte lo que se empeñaron en buscar.
Javier Sicilia nos llama a callar por un segundo y pensar en las vidas truncadas y en el país enfermo que habitamos. La muerte de un ser humano no puede ser nunca un trofeo para exhibición en el palacio de gobierno. Sicilia nos llama también a pensar el sentido de la política que será siempre, antes que una aplicación del poder, una forma de convivencia. Tal vez el Estado existe para transformar el dolor de las víctimas en justicia. Tal vez existe el Estado para escapar de la venganza—pero también del perdón. No concedemos permiso a la víctima para castigar a quien la ha lastimado porque sabemos que sería incapaz de encontrar la medida de la sanción. Unos multiplicarían el dolor recibido: mano por dedo, brazo por mano, cabeza por ojo. Otros absolverían benévolamente al infractor. Ambas respuestas prolongarían la violencia. Por eso el Estado ha de ser mesurado—pero implacable. Debe encontrar la justa medida, pero estar libre del soborno y la intimidación. La venganza impera en la selva; el perdón existirá en las alturas del cielo o en algún músculo del pecho. En la tierra podemos aspirar a la convivencia bajo la ley: advertencias claras y castigos firmes. Ni bestias ni beatos: ciudadanos.
Por ello no podemos aceptar la guerra, ni siquiera como metáfora.
Si nos tragamos esa píldora estamos perdidos. Estaríamos imaginando combates, rendiciones, armisticios. Estaríamos esperando la llegada de un comandante salvador que no pierde el tiempo con pudores legales. El gobierno, en su afán épico, ha recurrido a ese vocabulario, a esa gramática, a esa historia—incluso a esa vestimenta. Los medios replican el himno de la guerra porque simplifica el mundo, porque es un atajo para la comprensión, porque nos instala en el dramatismo del cine. Ése es el universo del que tenemos que escapar. Ese es el lenguaje que debemos romper para llamar, simplemente, a la ley. Diré lo obvio: con tribunales, con parques, con escuelas, con guarderías, con trabajo—no con soldados se ganará la paz en México. Desde luego, el poder público tendrá que enfrentar con los instrumentos de la coacción a quienes delinquen. Pero sólo se asienta el poder del Estado cuando su actuación es ejemplar, cuando la ley se aplica, cuando el crimen encuentra castigo indefectiblemente. Cuando las sociedades son espacios de convivencia y futuro el delito se arrincona. La misión del Estado mexicano en ese sentido es, antes que cualquier cosa, recuperarse. Más que recobrar territorios, el Estado debe fundar su eficacia. Sólo será un agente de la paz si logra mitigar la violencia; será cómplice de los violentos si (aun involuntariamente) la multiplica. Renunciar a ley para ganar la paz es la tentación en la que no podemos caer. No creo en llamados al honor de los criminales. ¿Podemos esperar que delincan decentemente? Mucho menos creo en pactos con las mafias. La desesperación y el cinismo lo sugieren: pactemos con los criminales. A medida que la violencia se propaga, la propuesta gana simpatía. Pero, ¿quién sería el embajador plenipotenciario con el que se firmaría “la paz”? ¿Alguien podría creer en la palabra de los firmantes? Contratar con asesinos es pedir una soga tersa sobre nuestro cuello. Debemos exigir un cambio de estrategia gubernamental, un cambio de foco, mayor compromiso a los gobiernos locales; debemos reclamar resultados, exigir que se respeten los derechos humanos, pero no podemos ceder a la tentación de claudicar frente a los violentos.

miércoles, 6 de abril de 2011

Legalidad sin teología




tablas Todas las elucubraciones que buscan saciar nuestra hambre de inmortalidad son pura abogacía, decía Miguel de Unamuno en su ensayo más famoso. Bordaba con ello el cercano parentesco entre el derecho y la teología. Lógicas ancladas en lo irrefutable y al servicio de una tesis. Argumentos atados a un texto. “Para el teólogo, como para el abogado, el dogma, la ley es algo dado, un punto de partida que no se discute sino en cuanto a su aplicación y a su más recto sentido. Y de aquí que el espíritu teológico o abogadesco sea en su principio dogmático, mientras el espíritu estrictamente científico, puramente racional, es escéptico”. El científico duda; los abogados y los curas creen. Por eso para Unamuno La Summa Theologica de Santo Tomás era, al mismo tiempo, un monumento de la teología y de la abogacía. Los profesionales de la ley aprenden pronto a dejar de preguntar: “La verdadera ciencia enseña, ante todo, a dudar y a ignorar; la abogacía ni duda ni cree que ignora. Necesita de una solución”.1

El jurista italiano Gustavo Zagrebelsky se ha atrevido a cuestionar esa tradición: remar en contra de la lectura teológica de la ley. El derecho no está escrito en piedra: es materia blanda, flexible: dúctil. Antes que examinar su contenido, es necesario palpar la norma, pulsar su textura para percatarse que no es un riel de acero. Tal vez la ley es líquida y debe entenderse como un afluente de posibilidades. La ley, en particular la ley fundamental, no es un imperativo de uniformidad sino el permiso para la cohabitación de lo diverso. El título de su libro más conocido tiene una elocuencia visual: El derecho dúctil se llama. El adjetivo es una interpretación acertada de la traductora Marina Gascón. El título en italiano es Dirito Mite, término que evoca lo manso, lo dócil. La traductora optó por la propiedad química de la ductilidad (esa facilidad de ciertos materiales para extenderse, adelgazarse hasta volverse hilo) para aludir a la capacidad del derecho para moldear y conciliar distintos valores.

Para escapar del código teológico es necesario romper, en primer término, con el mito del Creador. Dejar de pensar en el autor sabio y omnipotente que funda un orden legal hermético y acabado. Zagrebelsky se propuso romper esa liga y sepultar el mito del soberano en el que descansa el Estado moderno y el derecho constitucional.

La soberanía ha sido representada como una persona que habla y reina a través de reglas. Bodin pintaba la fuerza del monarca como un poder impermeable y omnipotente. Aquella rica ficción del soberano como sujeto abstracto ha dejado de esclarecer el significado del orden público. El poder irrestricto del soberano en Los seis libros de la república poco tiene que ver con la experiencia de nuestros días. El pluralismo pulveriza el viejo sueño de unidad, diversos centros de poder cuestionan el imperio absoluto del Estado, fuerzas supranacionales ejercen jurisdicción sobre los reinos de hoy. Así, la metáfora de la soberanía como el poder que es fuente de toda ley, pierde centralidad. La Constitución ya no puede ser concebida como el signo de la voluntad del soberano. En una sociedad pluralista la Constitución no sirve para definir el gran proyecto nacional. Es alojamiento, no rumbo. Entiéndase así la ley de la ley: como un “compromiso de posibilidades”.

La secularización auténtica de la ley supone la renuncia a cualquier pretensión absolutista. No solamente impugnar la omnipotencia de los monarcas o la arbitrariedad de las mayorías, sino también el absolutismo de los valores. A la ley corresponde integrar principios contrapuestos y conciliar aspiraciones en conflicto para escapar de una moralidad catastrófica. Vista la ley de esta manera, su lectura es tanto o más relevante que su escritura: el juez, antes que el legislador, es el señor del derecho. Algo sabe de las tareas del juez este hombre que formó parte del Tribunal Constitucional italiano. Zagrebelsky llegó a presidir ese peculiar órgano judicial cuyas deliberaciones son secretas y el disenso no puede hacerse público. Zagrebelsky, estudiante y profesor de la Universidad de Turín, ha reflexionado sobre sus años como juez constitucional para resaltar la extraña posición de ese intérprete del pacto social: un defensor de la democracia que no deriva su legitimidad del proceso electoral y un actor crucial en el teatro de la política que se mantiene al margen de la batalla partidista.

La única manera en que el derecho puede servir al régimen democrático es colando la norma por el paño de la duda. Curiosamente, es de la Biblia de donde extrae la enseñanza fundamental sobre las exigencias de la democracia. El jurista no lee el texto como una inscripción sagrada sino como una pieza literaria que permite ejemplificar conflictos morales. El drama de la crucifixión de Cristo presenta una estampa riquísima donde se retratan distintas actitudes éticas y se iluminan dilemas políticos. La posición de Jesús es relevante porque su autoridad le impide defenderse. Su verdad es a tal punto incontrovertible que guarda silencio ante su juicio. No sostiene su defensa, no argumenta a su favor: calla. “Donde hay verdad —observa Zagrebelsky— sólo puede haber testimonio; y no hay sitio para opiniones y argucias, ni para una autodefensa basada en éstas. El que arde en la verdad puede más bien aceptar su inmolación, dando así la última prueba de fidelidad, antes que ser procesado, condenado e incluso absuelto”.2 Pilatos es el gran oportunista: no decide sino que deja a otros la decisión: se lava las manos. Es el político calculador para quien la justicia no es más que un escalón de sus ambiciones. Pilatos no es el demócrata que confía en la decisión del pueblo. Por el contrario, es el autócrata que usa al pueblo para fortalecer su posición. Ir tras la ovación popular no es conducta del demócrata. Una plaza repleta de gente vitoreando al Indispensable constituye la escenografía clásica del dictador.

Pero el pueblo que hace aparición en este drama no tiene casa para discutir, no aborda sus propios asuntos, no encuentra, en la deliberación, su propia voluntad. Es activado por otros para resolver asuntos de otros. “Si el pueblo capaz de actuar es el pueblo de la democracia y el que se somete es el pueblo de las autocracias, el que sólo está llamado a reaccionar… es el pueblo de la demagogia”. Quien decide la suerte de Cristo es la masa con todas sus notas despectivas: ignorante e impulsiva, inconsciente e irresponsable. La democracia del pueblo reactivo corresponde a la idea del poder como una fuerza imparable. Quienes más ensalzan al pueblo, dice Zagrebelsky, suelen ser quienes se empeñan en utilizarlo. Cuando un político dice que el pueblo ha hablado, pretende cerrar para siempre la discusión. Nada en contra de la revelación popular. Quien así piensa, considera el disenso como herejía. Y concluye el italiano: “¡Abajo las instituciones, viva el pueblo! Éste podría ser el lema de los demagogos de nuestro tiempo: un lema que es un arma poderosa porque asume el lenguaje de la democracia radical y se dirige, para arrollarlo, contra todo aquello —Parlamento, instancias y procedimientos de debate, control y garantía— que hace perder tiempo, y parece dispersar y volver vana la fuerza pura que proviene del pueblo. Cuando el pueblo se ha expresado —se dice—, ningún estorbo es lícito”.3

En su libro más reciente traducido al español, Gustavo Zagrebelsky insiste en la necesidad de separarse de las leyes de piedra y de rechazar la pretensión de Verdad.4 Se ha dicho que la única verdad en política es la diversidad de verdades políticas. Ni dentro del sujeto existe la verdad redonda y hermética. Soy mi mayoría, decía Unamuno, y no siempre tomo decisiones por unanimidad. El régimen de la pluralidad es un procedimiento, un método que no puede soldarse a contenidos concretos.
La frágil democracia no sobreviviría al dictado de un grupo que se considera depositario de la verdad. Cuestionar la ética de la verdad es afirmar la ética de la duda. Zagrebelsky no deserta de la búsqueda de la verdad. A lo que renuncia es a esa verdad dogmática que descalifica la posibilidad de su cuestionamiento. Zagrebelsky retoma, sin nombrarlo, el argumento popperiano: la democracia es, como la ciencia, un dispositivo de permanente refutación.

La aspiración de basar la política en la Verdad es, quizá, el gran enemigo del Estado laico contemporáneo. Contra ese enemigo polemiza Zagrebelsky, en particular, contra la cruzada del papa Benedicto XVI, contra lo que ha llamado “dictadura del relativismo”. Una naturaleza descifrada por la revelación y luego codificada en una ley pétrea. Cualquier apartamiento de esa Verdad sería falseamiento del orden natural: sacrilegio. Aproximarse de esa manera a los problemas de la convivencia es aniquilar el pluralismo, devastar el fundamento de la democracia. Regresar a los alegatos del derecho natural es convocar a la guerra civil.

La democracia, concluye Zagrebels-ky en el epílogo del libro, es el terreno donde los asuntos pueden ser decididos de más de un modo. Así, el Parlamento puede aprobar o rechazar una propuesta de ley; el tribunal puede condenar o absolver; el ciudadano puede premiar o castigar con su voto. El autócrata vive en otro mundo: ahí no hay más que una solución legítima, una sola decisión moralmente válida, una sola verdad.

Un presidente muy social

El día de hoy el Presidente de Estados Unidos Barack Obama anunció su campaña para la reelección del 2012 a través de los medios sociales. Obama se apoyo en Internet y las redes sociales para su campaña presidencial en 2008 para organizarse, recaudar fondos y comunicarse con los votantes, al parecer su campaña de reelección también se edificará sobre los medios digitales. Obama anunció su candidatura este lunes a través de un mensaje Twitter, una actualización de estatus en su página de Facebook y un mail que llegó al buzón de entrada de quienes lo apoyan. Todos estos mensajes contaron con un link a la página oficial de la campaña: BarackObama.com.
“Hoy estaremos presentado los papeles para lanzar nuestra campaña de 2012″, decía el tweet publicado en el perfil @barackobama, el cual cuenta con 7.28 millones de seguidores. Toda la campaña se centra en el mensaje “Are you in?”, a través del cual invitan a la gente a mostrar su apoyo visitando el sitio oficial y ofreciendo su correo electrónico y su código postal.
El sitio oficial invita a los visitantes a hacer donaciones o postularse como voluntarios, también ofrece mercancía de propaganda como botones, estampas para el coche, botellas y playeras. En el sitio también puedes encontrar un video de 2 minutos de YouTube en el que aparecen algunos partidarios de Obama ofreciendo razones por las cuales los estadounidenses deben volver a votar por él.
Una manera en la que intercambian mensajes con los seguidores es través de la aplicación “Are you in?” de Facebook, donde la gente puede inscribirse y dejar comentarios. Sin duda una estrategia basada en los medios digitales y la Web 2.0 es parte de la razón por la cual Obama obtuvo la presidencia, ¿crees que este tipo de campañas podrían funcionar en México?

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