Desde luego, los dirigentes envolvieron de inmediato la coincidencia con todos los moños de su ambigüedad habitual pero creo que vale la pena detenerse en el punto que la prensa con buenas razones subrayó. Los dirigentes de las tres fuerzas políticas más importantes del país abrieron la puerta a la suspensión de la competencia democrática en el estado de Michoacán. Ese sería el significado de una candidatura única: un paréntesis a la democracia. Si traducimos su acuerdo, los partidos políticos le dijeron a la sociedad que están explorando suspender la democracia en Michoacán. No puedo imaginar una resolución política más seria que ésa. Cancelar la competencia electoral por un acuerdo entre partidos y empresarios. Tres partidos coincidiendo que la democracia es el lujo que un estado no puede permitirse en estos momentos.
No quisiera detenerme en la insensatez de la propuesta. Me interesa subrayar aquí el consenso de frivolidad con la que se encara.
Si no existen condiciones para que las campañas se desarrollen con un mínimo de garantías, si la densidad de la violencia impide la contienda, si se corre el peligro de legitimar con votos el imperio de los delincuentes habría que decirlo con toda seriedad y proceder a tomar las medidas necesarias. Puede entenderse que un grupo de empresarios crea en la conveniencia de suspender la elección. Pero es aberrante que los dirigentes nacionales de los principales partidos se traguen ese anzuelo, así sea en un papel. Es una aberración porque la tarea principal de los partidos es la de recrear la legitimidad de la política democrática a través de la competencia. Compitiendo, marcando la identidad de sus propuestas, confrontándose con otras opciones justifican el precario régimen del pluralismo. Cancelar la competencia es la abdicación de la misión de los partidos. No es reivindicación del interés público: es desprecio a la legitimidad democrática. La ocurrencia duró apenas unas horas. Desde el primer momento era claro que el acuerdo no tenía ningún valor. Los partidos competirán como es su deber. Como sea, la ocurrencia de los dirigentes pone de manifiesto su desorientación, la blandura de sus convicciones, su debilidad frente a los grupos de interés, la cortedad de su mirada. La confusión proviene a mi juicio de su incapacidad para ubicar con nitidez el espacio que le corresponde a las coincidencias de Estado. En Michoacán, como en el país entero, urge reconocer un sitio de acuerdos fundamentales que no esté sujeto a los pleitos de los partidos. Es cierto que se ha abusado mucho de la expresión “política de Estado”, pero, con todo, es una noción pertinente. Necesitamos un pavimento común. Cada partido verá el futuro desde su ventana. Pero todos compartimos el piso. La ocurrencia del candidato común nubla el aliento de un pacto necesario para el estado de Michoacán. Es encomiable que los partidos moderen su animosidad y se dispongan a concretar compromisos para el nuevo gobierno y que se preparen para cuidar una elección particularmente vulnerable. Es meritorio que organizaciones de la sociedad civil presionen para extraer de los contendientes un marco de coincidencias públicas para el estado. Ése es el sitio la unidad—no las candidaturas.
Michoacán se ha convertido en uno de los estados más golpeados por la criminalidad y el desencuentro de la clase política. Los michoacanos padecen una delincuencia demencial y la irresponsabilidad de dos gobiernos que no han podido encontrar la mínima coordinación. Se entiende que las organizaciones sociales de Michoacán busquen salidas imaginativas a su crisis y que los partidos se dispongan a pactar un marco de coincidencias mínimas. Pero hay que tener muy claro dónde hay que coincidir… y dónde no. Con la legitimidad que sólo puede dar la competencia, el futuro gobierno de Michoacán puede asumirse como una especie de interinato: un gobierno breve (por cambios en la legislación local durará un poco más de tres años y medio) que puede sentar el piso de una agenda común. Eso no sería una ocurrencia.