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viernes, 29 de octubre de 2010

Está comenzando otro tiempo político en Argentina

Ha concluido el funeral de Néstor Kirchner, está comenzando otro momento, otro tiempo político en Argentina. Un tiempo político que le seguirá correspondiendo al kirchnerismo pero que tendrá como protagonista central desde ahora a Cristina Fernández.
Lo que fue hasta hace pocos días un poder bicéfalo dejará de serlo. Y Cristina tendrá la obligación y la necesidad de asumir dos papeles simultáneos, que no vino cumpliendo estos años. Sí cumplió la de gestora y ejecutora administrativa del Gobierno, pero no cumplía -porque esa función la cumplía Néstor Kirchner- la de ingeniera de ese poder imprescindible que debe apuntalar las decisiones de un gobierno. La pregunta que se instala, inevitablemente, es si Cristina estará en condiciones de hacer todo lo que su marido hacía desde un segundo plano formal: ordenar al peronismo, contener a los sindicatos, manejar aspectos de la economía y de la política exterior. Una pregunta que, por supuesto, no tiene respuesta y que podrá develarse a medida de que Cristina comience a andar otra vez.
El otro gran interrogante tiene que ver con el peronismo, que ha quedado sin su jefe y que históricamente funciona con cierto orden y regularidad cuando tiene una mano firme, un caudillo. No hay un reemplazante a la vista. Tampoco se sabe bien si lo será Cristina. Al menos en lo inmediato, el peronismo ha resuelto cobijarse en la figura de la Presidenta hasta tanto se disipen todos estos enigmas que van rodeando un nuevo tiempo.
Y hablar del peronismo es también hablar del sindicalismo. Y hablar del sindicalismo es hablar de Hugo Moyano, seguramente uno de los hombres con más poder y dinero en Argentina, que apuntaló hasta su muerte la alianza con Néstor Kirchner. ¿Seguirá esa alianza intocable a partir de que gobierne Cristina? ¿Podrá seguir, además, con un peronismo que hace rato está observando con preocupación ese crecimiento de Moyano? Son algunos interrogantes de este tiempo que se inaugura, que constituye un enorme desafío para Cristina.

jueves, 21 de octubre de 2010

¿USTED TAMBIÉN ESCRIBE?


Analfabetismo incipiente

Según parece, en los Estados Unidos el número de personas que han escrito una novela es monstruoso. Muchas veces mayor, por supuesto, al número de personas que han publicado una novela. En nuestro medio, inclusive, a pesar del elevado número de analfabetismo que tenemos, el número de personas que creen que podrían escribir una novela con las experiencias que han tenido en su vida, es tremendo. Un soneto es algo mucho más difícil porque hay que aprender a rimar y a contar sílabas. Pero una novela. ¡en prosa! es la cosa más fácil del mundo. Basta con sentarse frente a una hoja de papel y contar todo lo que nos ha pasado en nuestra vida, que es tan interesante. Lo malo es que no tiene uno tiempo, porque hay que trabajar para sostener a la familia, llevar a los niños a la escuela, ir a fiestas, lambisconear al jefe, etcétera. En realidad, escribir novelas es un trabajo de ociosos. Pero eso no quita que la mayoría de la gente tenga un talento novelístico innato, o mejor dicho, literario. La prueba está en las composiciones que hacíamos en la escuela y las dedicatorias que poníamos el día de las madres. Eran geniales.

Esta situación, la de vivir en un medio de novelistas potenciales, no frustrados, porque nunca han intentado ejercitar sus talentos, ni fracasado en el intento, hace que personas como yo, que no hacemos más que lo que todos podrían hacer, seamos considerados como una raza parasitaria, superflua y, francamente, de muy poco talento, porque nos cuesta un trabajo horrible hacer lo que todos harían en sus ratos de ocio.

Por otra parte, esto de usar para expresarse un medio que todos conocen a la perfección desde primero de primaria, hace que los escritores tengamos una cantidad de críticos exáctamente igual al nímero de personas que saben leer y escribir. El de lectores, en cambio, es mucho más reducido, porque la mayoría de los críticos son apriorísticos.

-¡Novelas, las mías!- dicen, y no compran las nuestras. Criticar a un pintor o a un músico es más difícil. Al primero porque sus cuadros no los ven más que los culteranos que van a las exposiciones, y porque, además, ése sabe mezclar los colores, que requiere cierta ciencia; al segundo, porque nadie sabe leer música. Esos son desechados por locos que, en nuestro medio, es lo mismo a ser desechado por genio. Pero nosotros, los escritores, estamos en la línea de fuego.

-Oye, ¿cómo no me habías dicho que eras escritor?- me preguntó una mujer con quien he tenido la desgracia de trabajar varias veces en proyectos- A ver qué día me regalas uno de tus libros.
Ha de creer que uno tiene que andar anunciándose, y que los libros los escribe uno para regalarlos. Yo nunca le pregunté si era casada, y si me enteré de que tenía una tortillería automática, fué por boca de terceros. Además, nunca se me hubiera ocurrido pedirle una tortilla.

-Oiga, patrón, ¿cuándo escribe algo de veras bueno?- me preguntó un mimeografista a quien cometí la torpeza de regalarle un libro- Digo, porque ése es de relajo.

Pasa uno muchas vergüenzas.
-Tus textos me parecen superficiales- me dijo una culta, y por supuesto, mal educada- pero mi yerno dice que tienen mucho porvenir, y él es argentino. Fué un consuelo.

Pero veamos cómo se comportan las demás profesiones. Un ingeniero se pone Ing. antes del nombre, y cuando su mujer llega a la casa, le pregunta a la criada: ¿ya llegó el ingeniero?.
Ninguna esposa de escritor le ha preguntado nunca a ninguna criada si ya llegó el escritor. Entre otras cosas, porque lo más probable es que no tenga criada, y porque sabe que su marido no ha salido; está en su cuarto, frente a la máquina, devanándose los sesos.

Un Lic., un Arq., un Dr., un Ing. antes del nombre, o un CPT después son signo de que alguien se ha pasado años leyendo libros que nadie leería de motu proprio. ¿Pero nosotros? para escribir novelas no se necesita más que leer novelas, que, después de todo, se supone que la gente lee por gusto. Así que además de parásitos superfluos, somos hedonistas.

Pero como para adquirir prestigio no podemos recurrir a la aridez, porque sería contradecir los principios mismo de nuestro arte, podemos acudir a otras profesiones, que además de lo difícil del estudio, tengan otras características que provoquen respeto por parte del público.

Un psicólogo, por ejemplo, es, en sociedad, mucho más aplastante que un ingeniero, aunque sea más difícil calcular un edificio que sentarse media hora a escuchar lo que dice un paciente. Todos le tienen miedo porque creen que les va a descubrir un defectazo. La mecánica de este proceso es que el ignorante no sabe qué signos pondrán en evidencia qué cosa. La magia del psicólogo está en que él descubre lo que nadie ve y llega a conclusiones que nadie entiende. La base del prestigio es la incomprensión.

Esto puede ser la salvación del escritor. Si, por ejemplo, en vez de contar la novela de principio a fín, la cuenta del fín a principio, si repite la misma escena desde tres puntos de vista diferentes, si quita del diálogo los nombres de los interlocutores, si descibre una mesa como si fuera un paisaje, y un paisaje como una mesa, logrará confundir completamente al lector. Es posible que éste nunca termine de leer la novela, pero respetará al que lo escribió.

De ahora en adelante escribiremos así y dejaremos de ser parias.

lunes, 18 de octubre de 2010

No es la tuerca... es el aceite

No puede elogiarse el régimen institucional brasileño sin hacerse cargo de que la 'colaboración' entre partidos depende en buena medida de corrupción. El apunte me parece válido. 
No cabe duda que se trata de un sistema fragmentado y caótico. Silva y algunos otros analistas observan —y esto es lo que los seduce particularmente— que la gobernabilidad es posible en semejante dispersión de partidos porque los presidentes negocian la composición de sus gabinetes como lo haría un primer ministro europeo. Es verdad que de esa forma los mandatarios brasileños han podido intercambiar puestos por apoyo legislativo. De esta forma, el Ejecutivo ha logrado pasar una parte importante de sus iniciativas. Lo que pocas veces reparan estos analistas es que la negociación de puestos en el gabinete nunca ha sido suficiente para asegurar la gobernabilidad. La maquinaria que permite asegurarla ha funcionado gracias al aceite de la corrupción y se ha logrado, en gran medida, porque el Ejecutivo facilita y crea condiciones para que sus aliados usen la política como negocio.
Para ello, los presidentes cuentan con un instrumento legal (a veces también ilegal) para la compra masiva de votos. A través de las llamadas enmiendas parlamentarias, diputados y senadores negocian la liberación de cuantiosos recursos bajo control del Ejecutivo. En la práctica, quienes votan con el gobierno obtienen tajadas mayores. Con esos recursos, que los congresistas pueden asignar a su antojo, hacen clientelismo y aseguran su reelección.
Habrá que separar, pues, el funcionamiento de las tuercas del aceite de la corrupción. Desde luego, sería absurdo idealizar al sistema brasileño y tomarlo como base para una calca. Pero hay que estudiarlo y entender su mecanismo. Creo que sigue mostrando que, contra las advertencias pasadas, pluripartidismo y presidencialismo pueden conciliarse.

martes, 5 de octubre de 2010

Critica de un pais: Fábrica de fracaso

Critica de un pais: Fábrica de fracaso

Fábrica de fracaso

Se estrenó hace poco los cines de Estados Unidos el documental “Esperando a Supermán” una denuncia del sistema educativo de ese país. La cinta fue escrita y dirigida por Davis Guggenheim. De los talentos del director hay muchas pruebas. Baste decir que convirtió al mueble de Al Gore en una estrella de Hollywood (con todo y Óscar) y en bienhechor planetario (con todo y Nobel). Como en Una verdad inconveniente, este documental es un discurso político. Se presenta un diagnóstico, se expone a los villanos, se ofrecen soluciones y se invita al compromiso. No es un estudio de la OCDE, pero tampoco es un panfleto de Michael Moore. Una pieza de persuasión que pretende colocar la crisis del sistema educativo en Estados Unidos en el centro de la discusión nacional. Lo ha logrado. Portadas y reportajes en los semanarios más importantes, programas de debate político y de espectáculos dedicados al tema. En ese terreno, la cinta ha tenido ya un efecto muy positivo: rasgar la rutina que encubre las aberraciones como si fueran la normalidad. Se ha suscitado esa conversación pública que tanto hace falta allá, pero que más nos urge acá.
El título alude a la ilusión de un salvador que nos rescate. El documental sugiere que la escuela no nos salvará si no la rescatamos antes. Cuenta la historia de cinco familias que quieren una mejor educación para sus hijos. Buscan acceso a escuelas que, siendo públicas y gratuitas, han logrado escapar de los controles de la burocracia y y las trampas del sindicato. Experimentos de excelencia educativa dentro de un régimen de gratuidad. El problema que inyecta dramatismo a la cinta es que el acceso es limitado y sólo la suerte define quien entra a esos planteles. Su preparación, es decir, su futuro, cuelga de las injusticias del azar. La película oprime el botón de alarma. A pesar de que Estados Unidos sigue siendo la cabeza de la investigación científica y sigue teniendo las mejores universidades del mundo, su educación básica se ha desplomado. Mientras otros países desarrollados avanzan en su sistema educativo, Estados Unidos se rezaga.
¡Cuánta falta nos hacen gritos como ésos en México! A la complicidad del gobierno y el monstruoso sindicato, se une la complacencia de la sociedad civil. Los padres de familia, según revelan las encuestas, están satisfechos con la educación que reciben sus hijos. A pesar de la evidencia de que la escuela no está funcionando, los padres no levantan la voz para exigir mejor educación. Las élites, por su parte, están tranquilas, no por la calidad de la educación de sus hijos, sino por el valor de sus conexiones personales. En una sociedad que no premia el mérito, la escuela es un espacio de relación social, más que una espacio para formar conocimientos, para estimular capacidades, para disparar creatividad. Las escuelas de las élites mexicanas son como los salones de baile de las sociedades aristocráticas.
Los reportes internacionales son contundentes. No hay más que leerlos para darse cuenta del fraude que se comete todos los días en contra de México. Nuestro sistema educativo engaña a diario a millones de niños, a millones de familias en el país que confían en la educación como una plataforma para forjar futuro. Quienes celebran las tasas de alfabetización en el país cierran los ojos. No se percatan de que, en realidad, estamos produciendo analfabetas. Educamos para el analfabetismo. Dejemos la complacencia por los miles de ladrillos de nuestras escuelas, por los millones de niños inscritos en primaria, por los pesos gastados anualmente. Dejemos la hipocresía. Si nuestros niños no son capaces de descifrar un texto, si no logran comprender el sentido de un libro—tal y como nos muestran las pruebas internacionales—eso quiere decir que nuestra escuela es productora de analfabetas. La escuela enseñará el abecé, pero no enseña a leer. Y eso, hablando tan solo del viejo alfabeto. Del nuevo abecedario, el de la cultura tecnológica, mejor ni hablar.
La escuela es una fábrica de fracaso. Sirve a la política, sirve a los gobiernos, sirve a los partidos, sirve a un sindicato. Pero está arruinándole el futuro a México. Nuestro secretario de educación, parsimonioso hasta la indolencia, niega cualquier sentido de urgencia y se empeña en evitar cualquier resolución incisiva. Jamás, ¡ni dios lo quiera! el asomo de una medida radical. No tiene prisa, no cree en la necesidad de impulsar cambios de fondo. Sencillamente, no está dispuesto a dar la batalla por la educación. Sí, batalla: pleito, lucha, combate: enfrentamiento con los poderes que no quieren cambiar. No tiene el compromiso de pelear por la calidad de nuestra educación. Le importa preservar la paz en el sistema educativo y seguir tomando el té con la dama. Si su ambición tuviera un horizonte de causas y no de puestos, otra cosa sería…

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