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jueves, 22 de julio de 2010

Extraviado

Manuel Gómez Morin entendió que la política era una batalla contra el arrebato. Hacer política era remar contra la precipitación y aún contra el instinto. Domar la bestia con paciencia; resistir sus carnadas con razón. A eso dedica cartas a Vasconcelos que bien se pueden leer como uno de los argumentos más coherentes de nuestra tradición contra la tentación personalista. El admirador del maestro no creyó nunca en su Llamado. El entusiasmo es un cerillo corto. Ni al mejor de los hombres debe entregarse toda la esperanza: un proyecto auténtico de renovación exige tiempo, ideas, estructura. Necesitamos, decía Gómez Morin, una “organización bien orientada.” Eso quería: una organización bien orientada y selecta, con entereza e ideas claras.

El producto está desorientado y bien desorientado tras la desgracia del éxito. Su dirigente nacional se muestra orondo, palabra que el diccionario vincula a la satisfacción presuntuosa pero también a la hinchazón hueca. El éxito de su estrategia reciente lo mantiene en su puesto pero, en realidad, es síndrome de un extravío o, más bien, de varios. A diez años de haber ocupado la presidencia de la república, el Partido Acción Nacional no tiene más eje que sus antipatías primitivas. El PAN no encuentra otra propuesta, no halla otro mensaje que su antagonismo inicial. Incapaz de hacer acopio de éxitos recientes y promesas atractivas, se ha puesto en renta: un simple vehículo del antipriismo. Después de décadas de oposición y diez años de gobierno, el PAN es una mala copia del partido opositor que fue. Es un partido desdibujado, marcado por la inseguridad, el miedo y el resentimiento.
Una lectura del libro de Alonso Lujambio sobre la vida del PAN (La democracia indispensable. Ensayos sobre la historia del Partido Acción Nacional, DGE – Equilibrista, 2009) alimentaría severas recriminaciones a la conducción reciente de ese partido. En ese vívido recorrido por la biografía del PAN y sus cultivadores, pueden encontrarse tres propósitos vitales de Acción Nacional: la formación de un ideario práctico, la construcción de una institución sólida y bien implantada en el país y la transformación cultural de nuestra política. Gómez Morin, Christlieb y Castillo Peraza serían las figuras emblemáticas de esa triple ambición.
Acción Nacional es hijo del defensor más elocuente de la técnica. Buscaba ideas realizables, propuestas concretas que pudieran hacer frente a la fraseología de los demagogos. Respetaba por ello el conocimiento que incuba lentamente, la experiencia que se forma entre retos, el prestigio que dan los resultados. Encontraba en la técnica el compromiso auténtico con la vida, no el culto a la abstracción. Pero el partido que fundó hace política de espaldas a la técnica. No sólo eso: gobierna con abierto desprecio al mérito. El amiguismo impera hoy como nunca. No hay otro requisito para formar parte del círculo superior de la administración que la lealtad personal. Los técnicos que Gómez Morin quiso cultivar fueron usados primero por el panismo en el gobierno pero han sido crecientemente hostigados. No es raro que preparen su retorno al poder con otro boleto.
La paciencia panista partía de la convicción de que el cambio tendría que avanzar de la periferia hasta el centro. Su ambición no fue inmediatamente presidencial: quiso transformar el poder antes de ejercerlo. No solamente habría de competir y ocupar las plazas de la representación local, había que formar institución en el pueblo, el municipio, el estado. Había que hacerlo, además, de cierto modo, con reglas y en democracia. Pero tal parece que esa convicción ha reventado. La dirigencia nacional del PAN considera que las condiciones son tan adversas hoy que no puede obstruirse la estrategia electoral del partido con reverencias federalistas. Implantó por ello un auténtico régimen de excepción. En efecto, la dirigencia de Acción Nacional ha impuesto una dictadurcilla en nombre—¡otra vez—de la transición: paréntesis que pone las reglas ordinarias en suspenso y que concentra el poder en la autoridad central. La ocupación no tiene precedente en la historia panista. Su éxito no debe hacernos olvidar la ominosa anomalía.
Quiso el PAN ser también alternativa cultural. Carlos Castillo Peraza llegó a creer, gramscianamente, que el PAN había triunfado en los valores antes de imponerse en las elecciones. Creía que sus ideas sobre la competencia política, la economía, el sindicato o el Congreso se habían hecho las ideas de todos. Las aberraciones, por indefendibles, se irían extinguiendo. Hoy podemos decir que ese orgullo que sentía el yucateco se convirtió en el gran fracaso histórico del PAN: su derrota cultural. Tras ganar la presidencia, el PAN perdió la brújula: hoy defiende sátrapas sindicales; reparte puestos por burdos criterios de amistad, condena el mérito y renta su sello en beneficio de priistas en desgracia.

domingo, 11 de julio de 2010

Mundial con exceso de políticos

Puyol sorprendido en la ducha por la reina Sofía. Una imagen tan repetida o más que la de su gol contra Alemania. Como repetidas y abundantes han sido las opiniones de los políticos durante este Mundial de Fútbol en muchos medios. El presidente Zapatero, Mariano Rajoy y Cayo Lara escriben hoy sobre la final de España en Público, El País y Marca.
¿Por qué? ¿Qué aportan? ¿Legitiman los votos para opinar de fútbol? ¿Son los políticos también los representantes de la España futbolística?
Más bien es la deriva de un periodismo servil, vago y poco imaginativo. Un periodismo tan apegado a sus fuentes más frecuentes y a su pereza intelectual que no se le ocurre mejor cosa para llenar minutos o páginas en la previa de un partido de fútbol.
George Orwell se quejaba hace muchos años -como recuerda Íñigo- de la utilización del deporte para exacerbar las pasiones nacionalistas.
"Las competiciones internacionales son una imitación de la guerra. Pero lo significativo no es la conducta de los jugadores, sino la actitud de los espectadores. Y detrás de ellos, de las naciones envueltas en furia sobre esas absurdas competiciones, y que creen seriamente - al menos por cortos períodos- que correr, saltar y golpear una pelota son pruebas de virtud nacional".
En estos días de fervor por la Roja y manifestaciones en una Cataluña despechada, muchos medios han sufrido para mantener el equilibrio entre la pasión deportiva y sus intentos de evitar o apoyar los nacionalismos de unos y otros. Otros han encontrado en los triunfos de la selección de fútbol el acicate para el mito y los ritos patrióticos.
Los medios son mucho menos flexibles que el público para las adscripciones líquidas. Pasiones de exaltación del juego y sus protagonistas pronto separados de las fidelidades y convicciones cotidianas.
Los medios informativos se quedan pegados a sus ideologías y tendencias con más sujeción que una ciudadanía más plural y menos obsesionada.
Impresionante leer algunas filigranas de columnistas sobre la estrategia constitucional del equipo de Vicente del Bosque y las loas y justificaciones de un juego donde la adscripción territorial de los jugadores parece más importante a veces que su posición en el campo.
Demasiada política tiñendo un deporte disfrutado a fondo, individual y colectivamente.
Demasiada política en el tamiz de esos directores y periodistas que prefieren dar sus mejores páginas a un artículo de Zapatero o de Rajoy -que ha tenido la parquedad económica y verbal de enviar el mismo artículo a los tres diarios que se lo han pedido- que a quienes pueden aportar más elementos para saborear con más criterio y gusto el partido de esta tarde.
Los periodistas no paran de quejarse de los políticos, de las ruedas de prensa sin preguntas, de su control de la agenda informativa. Cuando no lo hacen, muchos se la entregan sin caer en que la mayoría de sus lectores sí diferencian entre política y deporte.
El nacionalismo en el deporte internacional quizá sea tan intenso como en tiempos de Orwell. Pero el deporte es ahora un gran negocio donde los medios se juegan mucho. Y los políticos siguen jugando un papel rector y de decisión en los negocios de los medios.
Por eso no es de extrañar que las tribunas invitadas antes de la final del Mundial les pertenezcan o que diarios como El País aprovechen el día para pedir a los poderes políticos intervención en el negocio del fútbol con objetivo de evitar presuntas bancarrotas en un mercado en el que medios y políticos se funden demasiado.

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