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sábado, 29 de mayo de 2010

México tiene su propio ``Arizona''

Uno de los argumentos más frecuentes de los defensores de la ley antiinmigrantes de Arizona es que ese estado no está haciendo algo muy distinto de lo que México hace con los indocumentados centroamericanos, ni de lo que hacen los países latinoamericanos con sus propios inmigrantes ilegales. Es un argumento muy poderoso, y no del todo disparatado.
Desde un punto de vista estrictamente legal, es una afirmación engañosa, porque la nueva ley de Arizona podría promover la discriminación racial, mientras que la ley mexicana es mucho más protectora de los derechos de los inmigrantes. Pero en la vida real, México tolera el maltrato de los inmigrantes indocumentados centro y sudamericanos tanto o más de lo que lo ha hecho Arizona hasta ahora.
Empecemos por las leyes. Un reciente artículo del Washington Times, titulado ``Las leyes de México contra los ilegales son mas severas que la de Arizona'', afirmaba que ``según la ley mexicana, la inmigración ilegal es un delito grave, penado hasta con dos años de cárcel. Los inmigrantes que son deportados e intentan volver a entrar al país pueden ser condenados a 10 años de cárcel''.
El artículo citaba al congresista republicano de Texas, Ted Poe, afirmando que las críticas del gobierno de México a la ley de Arizona son ``hipócritas'', porque las leyes inmigratorias de México son ``aun más severas que las de Estados Unidos''.
Durante su visita a Washington la semana pasada, el presidente mexicano Felipe Calderón le dijo a CNN que ``Eso solía ser cierto, pero ya no lo es''. Calderón señaló que la ley inmigratoria de México fue enmendada en el 2008, y que todos los duros castigos impuestos a los inmigrantes indocumentados fueron eliminados.
Según me explican funcionarios mexicanos, hay dos grandes diferencias entre la ley mexicana actual y la ley de Arizona:
Primero, ser un inmigrante indocumentado en México no es un delito grave, ni siquiera un delito menor, sino una falta administrativa. Esto significa que en México, a diferencia de lo que ocurre en Arizona, nadie puede ser encarcelado por violar las leyes inmigratorias.
Los que violan esas reglas tienen que pagar una multa, y sólo pueden ser deportados si son detenidos por funcionarios de inmigración.
En segundo lugar, la policía mexicana no puede preguntar sobre el estatus inmigratorio de una persona, aun cuando esa persona haya sido detenida por otras razones. La policía mexicana sólo debe notificar a las autoridades de inmigración cuando los inmigrantes declaran voluntariamente que, por ejemplo, están ilegalmente en el país en camino hacia Estados Unidos.
En comparación, la ley de Arizona exige que la policía pida los papeles inmigratorios a las personas que detiene por cualquier otra razón válida, incluidas infracciones de tráfico.
Los defensores de la ley de Arizonan afirman que ese estado es mucho más generoso con los indocumentados que México.
``En México, el gobierno no les da vales de alimentos, ni servicios educativos, ni servicios médicos de emergencia a quienes no tienen documentos de inmigración'', dice George W. Grayson, profesor de la Universidad William and Mary.

viernes, 7 de mayo de 2010

Escuchar el siglo

Abundan las historias ilustradas. Nuestro recuerdo está tapizado con imágenes. Vemos en la mente lo que recordamos. Los libros de historia suelen acompañarse de retratos de los gobernantes, mapas de las batallas, cromos del arte del pasado. Del siglo XX recordamos la huella en la luna, el bigote de Hitler, el hongo de la bomba y los martillazos que tiraron el Muro de Berlín. Pero parecemos sordos ante las imágenes fijas o en movimiento que habitan la memoria. No tenemos la cinta sonora de esos años. Alex Ross, crítico del New Yorker, ha publicado recientemente un libro extraordinario que llena ese vacío. Hace un año apareció en inglés y ahora lo vierte al español la editorial Seix Barral. El ruido eterno. Escuchar al siglo XX a través de su música es un trabajo monumental. Casi ochocientas páginas repletas de sonido y cargadas de historia. Un libro que restituye el oído al siglo XX.
Ross escucha el siglo. Su libro no se encierra en partituras, grabaciones y estrenos. Escucha la música sin desconocer la atmósfera de la que surge; las gratificaciones y amenazas que la rodean; el caldo de ideas que la incitan. La música se comunica con el poder y con la filosofía, con la industria y con las causas políticas. El ruido eterno para oreja a todos esos ecos. En sus páginas desfilan los grandes creadores del siglo XX pero también sus mecenas y censores; el público y los críticos. Vale la precisión: el libro de Alex Ross no es una historia de la música del siglo xx que quede confinada en su arte, sino una historia del siglo xx a través de la creación musical. La música, en efecto, le cantó al siglo, lo celebró y también lo maldijo. Sus esperanzas y sus horrores se expresaron musicalmente. En el más político de los siglos, la música se sometió servilmente al poder, pero también se burló de él; se volvió mercancía y resurgió como ceremonia; alabó dictadores y rindió homenaje al hombre de la calle; reivindicó como arte al ruido y también al silencio.
Las sinfonías de Shostakovich, las óperas de John Adams, los cuartetos de Bela Bártok, el jazz de Duke Ellington, los oratorios de Arvo Pärt retratan el siglo XX. Puede entenderse mejor el totalitarismo soviético cuando se examina el enigma que hay detrás de las creaciones de Shostakovich. Las lealtades de Bártok ilustran la hondura de la raíz nacional. El vocabulario de la música trasciende la música. No integra, por supuesto, un lenguaje unívoco. Hay de desconfiar siempre de quien presume certidumbre sobre lo que la música dice. Toda pieza musical compleja tiene capas de sentido que sólo se revelan ante el oído atento y bien formado. Alex Ross ofrece claves para escuchar el siglo y entender los argumentos de la música, sus intuiciones y sus testimonios. La recuperación de las identidades, la alegoría moral; el anhelo de quietud y el apetito épico; la ruptura y las nostalgias. Colgados como aretes de la oreja de Alex Ross podemos apreciar, incluso, la ironía musical: subterfugio de la creatividad frente a la censura que dice lo contrario de lo que parece decir. 
El crítico se concentra en eso que, con mucha imprecisión, llamamos “música clásica” pero no deja de asomarse a géneros vecinos: el jazz, el rock, la música electrónica. El libro invita literalmente a escuchar el siglo a través de una estupenda página de internet que sirve de compañía indispensable al texto. En therestisnoise.com/audio, pueden escucharse fragmentos de las piezas de las que se habla en el libro. Ahí puede encontrarse la mejor banda sonora del siglo XX.

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